La suerte que corrieron los valientes liberales en 1831, fue muy dura y bañada en sangre, en su lucha contra el absolutismo.

-En marzo murió Salvador Manzanares y fusilados todos los compañeros que fueron capturados, en Estepona (puede consultarse mi biografía “Salvador Manzanares” en la Revista Jábega, Málaga, nº 90, 2002).
-En mayo fue agarrotada Mariana Pineda, en Granada. Hay numerosas obras e iconografía sobre ella.
-En diciembre fueron capturados y fusilados todos los componentes que acompañaban a José María de Torrijos, en las playas de Málaga. En esta expedición iba el joven Pedro Manrique, de Estepona. Es conocida la biografía realizada por su esposa, Luisa Sáenz de Viniegra.

El duque de Rivas, poeta romántico, escribió unos romances históricos, uno de los cuales fue El Sombrero, cuyo tema podría ser referido a Pedro Manrique, natural de Estepona. Se cita a esta (versos 1, 75), a su plaza (versos, 104,105) y a un guardacostas (versos 167-170). Se supone que la embarcación donde iban, fue interceptada por el guardacostas Neptuno.

EL SOMBRERO, 1841
Angel Saavedra, duque de Rivas (Córdoba, 1791 - Madrid, 1865)

ROMANCE PRIMERO
LA TARDE

Entre Estepona y Marbella
una torre fulminada,
hoy nido de aves marinas,
y en otro tiempo atalaya,                              4
corona con sus escombros
una roca solitaria,
que se entapiza de espumas,
cuando las olas la bañan                               8
A la derecha se extiende
una humilde y lisa playa,
cuyas menudas arenas
humedece la resaca;                                   12
y oculta entre dos ribazos
forma una escondida cala,
abrigo de pescadoras
o contrabandistas barcas.                           16
A este temeroso sitio,
mientras lento declinaba
a ponerse un sol de otoño
entre celajes de nácar                                 20
estando el viento adormido,
la mar blanquecina en calma,
y sin turbar el silencio
de las voladoras auras,                               24
sino el grito de un milano
que los espacios cruzaba,
y los de dos gaviotas
cuyo tálamo era el agua,                             28
la divina Rosalía,
la hermosa de la comarca,
fugitiva y anhelante
llegó, sudosa y turbada.                              32

Su gentil cabeza y hombros
cubre un pañolón de grana,
dejando ver negras trenzas,
que un peine de concha enlaza;                  36
y de seda una toquilla,
azul, rosa, verde y blanca,
que las formas virginales
del seno dibuja y guarda.                            40
Su gallardo cuerpo adorna
de muselina enramada
un vestido; con la diestra
recoge la undosa falda,                               44
y el pie primoroso y breve,
que apenas su huella estampa
en la movediza arena,
más limpio desembarazada.                        48
Bajo el brazo izquierdo tiene
un envoltorio de nada,
cubierto con un pañuelo,
do el jalde y rojo resaltan.                          52
¡Inocente Rosalía!
¿Qué busca allí?... ¡Temeraria!
¡Cuál su semblante divino,
lleno de vida y de gracia,                            56
desencajado se muestra!...
¡Qué palidez!... ¡Qué miradas!...
Está haciendo, bien se advierte,
un grande esfuerzo su alma.                        60
Sí, los ojos brilladores,
los ojos que tienen fama
en toda la Andalucía,
por su fuego y sus pestañas,                       64
en el peñón, que lejano
apenas se dibujaba
entre la neblina (seña
de mudarse el tiempo), clava.                     68
Dos lágrimas relucientes
sus mejillas deslustradas
queman; un hondo suspiro
del pecho oprimido arranca.                       72
Queda suspensa un momento:
luego, de pronto, la cara
vuelve a Estepona, temblando:
juzga que una voz la llama.                         76
Y la llama, es cierto... ¡Ay triste!
¡Más que importa? Otra, más alta,
más fuerte, más poderosa,
desde Gibraltar la arrastra.                         80

En el peñasco asentóse,
de la hundida torre basa;
miró en torno, y de su seno
sacó y repasó esta carta:                            84
"Sí, mi bien; sin ti la vida
me es insoportable carga;
resuélvete, y no abandones
a quien ciego te idolatra.                             88
"Contigo nada me asusta;
sin ti todo me acobarda;
mi destino está en tus manos:
ten resolución y basta.                                92
"Resolución, Rosalía;
cúmpleme, pues, tus palabras:
no tendrás que arrepentirte,
te lo juro con el alma.                                 96
"En cuanto venga la noche,
volveré sin más tardanza
al sitio aquel que tú sabes,
en una segura lancha.                                100
"Espérame, vida mía:
si no te encuentro, si faltas,
ten como cierta mi muerte.
Corro al momento a la plaza                     104
"de Estepona, allí pregono
mi proscrito nombre, y paga
de mi amor será un cadalso
delante de tus ventanas."                           106
Se estremeció Rosalía,
no leyó más, y borraban
sus lágrimas abundantes
las letras de aquella carta.                         110
Llévala a los labios fríos,
la estrecha al seno con ansia,
mira al cielo, Estoy resuelta,
dice, y se consterna y calla.                      114

Torna al peñón (que parece
una colosal fantasma
con un turbante de nubes,
de nieblas con una faja)                            118
la vista otra vez. La extiende
por la mar, que, muerta y llana,
fundido oro se diría
del sol poniente en la fragua.                     122
Juzga ver un punto negro
que se mueve a gran distancia:
ya se muestra, ya se esconde.
¿Será?.. ¡Oh Dios!.. ¿Será?.. La escasa   126
luz del crepúsculo todo
lo confunde, borra y tapa.
Con los ojos Rosalía
los resplandores, que aún marcan             130
la línea del horizonte,
sigue. Una nube la espanta,
que por el Sur aparece,
oscura y encapotada;                               134
y aún más al ver acercarse
por allí dos velas blancas,
cuyas puntas ilumina
del sol ya puesto la llama.                         138

ROMANCE SEGUNDO
LA NOCHE

Entró la noche; con ella
despertándose fue el viento,
y el mar empezó a moverse
con un mugidor estruendo                        142
Las nubes entapizando
el oscuro y alto cielo,
la débil luz ocultaban
de estrellas y de luceros.                           146
No había luna; densas sombras
en corto rato envolvieron
tierra y mar. De Rosalía
ya desfallece el esfuerzo.                          150
Arrepentida, asombrada,
intenta... No, no hay remedio.
Cierra los ojos e inclina
la cabeza sobre el pecho.                          154
La humedad la hiela toda,
corto abrigo es el pañuelo;
tiembla de terror su alma,
tiembla de frío su cuerpo.                         158
Si cualquier rumor la asusta,
más sus mismos pensamientos;
pues ni uno solo le ocurre
de esperanza o de consuelo.                     162
Las velas que ha divisado
cuando el sol ya estaba puesto
la atormentan, la confunden.
Las ha conocido, ¡cielos!                          166
Son, sí, las del guardacosta,
jabeque armado y velero,
terror de los emigrados,
de contrabandistas miedo.                        170

¡Infelice Rosalía!...
A las ánimas de lejos
tocar las campanas oye
de la torre de su pueblo.                           174
¡Oh, cuánto la sobresaltan
aquellos amigos ecos!
Parécele que son voces
que la nombran. Gran silencio                   178
reinó después largo espacio.
Las olas que van creciendo,
llegan a besar la peña,
de Rosalía los tiernos                               182
pies mojan... y no lo advierte:
clavada está. Los destellos
de la espuma que se rompe,
secas algas revolviendo,                           186
la deslumbran. De continuo,
la reventazón, inciertos,
fugitivos grupos blancos
le ofrecen del mar en medio,                     190
cual pálidas llamaradas.
Ella piensa que los remos
y la proa de un esquife
las causan... ¡Vanos deseos!                    194
Así pasó largas horas,
cuando un lampo ve de fuego
en alta mar, y en seguida
oye al cabo de un momento                      198
¡poumb!..., y retumbar en torno
como un pavoroso trueno,
que se repite y se pierde
de aquella costa en los huecos.                 202
Ve pronto hacia el lado mismo
otros dos o tres pequeños
fogonazos; mas no llega
el sordo estampido de ellos.                     206
Otra roja llamarada...
¡Poumb! otra vez... ¡Dios! ¿Qué es esto?
Repitiéndose perdióse
este son como el primero.                         210
No hubo más: creció furioso
el temporal, y más recio
sopló el Sudoeste; las olas,
de Rosalía el asiento                                 214
embisten, de agua salobre
la bañan; estar más tiempo
no puede allí; busca abrigo
de la torre entre los restos.                       218
La lluvia cae a torrentes,
parece que tiembla el suelo;
dijérase ser llegada
ya la fin del universo                                 222

ROMANCE TERCERO
LA MAÑANA

Raya en el remoto Oriente
una luz parda y siniestra;
a mostrarse en vagas formas
ya los objetos empiezan.                          226
Espectáculo espantoso
ofrece Naturaleza,
las olas, como montañas
movibles y verdinegras                             230
se combaten, crecen, corren
para tragarse la tierra,
ya los abismos descubren,
ya en las nubes se revientan.                     234
Rómpense en las altas rocas,
alzando salobre niebla,
y la playa arriba suben,
y luego a su centro ruedan                        238
con un asordante estruendo:
silba el huracán, espesa
lluvia el horizonte borra,
y lo confunde y lo mezcla                         242

La infelice Rosalía,
toda empapada, cubierta
con el pañolón mojado
que, o bien la ciñe y aprieta                      246
o, agitado por el viento,
le azota el rostro y flamea,
volando ya desparcidas
fuera de él las negras trenzas;                   250
falta de aliento, de vida,
el alma rota y deshecha,
asida de los sillares,
se aguanta inmóvil y yerta.                        254
Aparición de otro mundo,
sílfida, a quien maga artera
cortó las ligeras alas,
la juzgaran si las vieran.                             258
Tiende, espantados los ojos
por el caos: nada encuentra
que socorro o que consuelo
en tal apuro la ofrezca.                             262
Descubre que una gran ola,
que tronadora se acerca,
entre las blancas espumas
envuelve una cosa negra;                          268
de ella no aparta los ojos,
ve que en la playa se estrella,
que al huir deja un sombrero
rodando sobre la arena,                            272
y una tabla.-Rosalía
salta de las ruinas fuera,
corre allá, mientras las olas
se retiran. No la aterra                              276
otra mayor, que se avanza
más hinchada, más soberbia.
Ve en el madero lavado
los restos de sangre fresca...                     280
Coge el sombrero... ¡Infelice
Lo reconoce... Las fuerzas
le faltan, cae, y al momento
precipítase sobre ella                                284
una salobre montaña,
que la playa arriba entra,
y rápida retrocede,
no dejando nada en ella                            288

Cual si dar tan solo objeto
de la borrasca tremenda,
lecho nupcial en los amores
a dos infelices fuera;                                 292
a templar su furia ronca
los huracanes empiezan;
bajan las olas, la lluvia
se disminuye, y aun cesa.                          296
Rómpese el cielo de plomo,
y por pedazos se muestra
el azul, que ardientes rayos
de claro sol atraviesan.                             300
Ya se aclara el horizonte;
por el lado de la tierra
fórmanlo azules colinas,
que aún en parte ocultan nieblas.               304
Una línea verde, oscura,
movible, lo forma y cierra
del lado del mar, y asoma
la claridad detrás de ella.                          308
Aunque silba duro el viento,
aunque es la resaca recia,
torna al mundo la esperanza
de prolongar su existencia.                        312

En esto una triste madre
y un tierno hermanillo llegan,
buscando a su Rosalía,
a aquella playa funesta.                             316
Llenos de lodo, empapados,
muertos de cansancio y pena,
tienden en redor los ojos,
y nada, ¡oh martirio! encuentran.               320
Al retroceder las aguas,
unas femeniles huellas
de pie breve reconocen
estampadas en la arena.                            324
"¡Rosalía!... ¡Rosalía!...",
gritan y no oyen respuesta.
Van a la arruinada torre,
y hállanse sobre una piedra                       328
un envoltorio deshecho
entre fango, espuma y tierra,
y un pañuelo rojo y jalde,
que le sirve de cubierta.                            332